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Introducción
Nos encontramos en un entorno que parece pertenecer a una tragicomedia. Un espectáculo en el que los mandamases europeos protagonizan episodio tras episodio de un drama en descenso. Cuando ponemos la mirada en Europa, resulta inevitable contemplar un panorama que no parece alentador. Si consideráramos a nuestra Europa como un navío, podríamos afirmar que hace agua por todos los costados; o, para usar una expresión de las bromas escolares, parece un queso suizo.
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Europa es un territorio que hoy parece más cerca del ocaso que del alba. Pero no nos referimos a un ocaso poético, de esos que hacen que quieras capturar el momento con una fotografía, sino a uno que te deja sin respiración y te sume en preocupación. Las cifras no mienten y los datos dibujan una realidad incómoda, con una obsesión por reducir la carga de trabajo, un deseo de vivir gracias a subsidios que parecen más un estrangulamiento que un alivio, y un desorden estratégico y político que no asemeja en absoluto un ejemplo de unidad.
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No, no estamos augurando el final de Europa. Al menos todavía no. Pero si no se implementan medidas drásticas, pronto podríamos hacerlo. En comparación con la presión de Estados Unidos y Japón, Europa parece quedar atrás con un 73,2% de fuerza laboral activa, un gasto increíble en subsidios y un crecimiento económico que parece una travesía en bicicleta en contra del viento, cuesta arriba.
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Por otro lado, nuestros socio-económicos pueden presumir de altos niveles de productividad, presupuestos bien estructurados y economías que avanzan como coches de lujo deportivos. Si echamos un vistazo a la economía de Estados Unidos y Japón, vemos que son ágiles, fuertes, futuristas. Las nuestras parecen más bien páginas de un libro antiguo, plagadas de polvo y escritas en letra gótica. La preocupación se acentúa cuando nos percatamos de que la deuda pública de la UE podría aumentar a un ritmo vertiginoso.
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Está bien, no somos el Poseidón navegando hacia el inframundo, pero esta oleada de decadencia podría dejarnos volcados si no conseguimos controlarla. Los desafíos estructurales, como ese apetito descontrolado por trabajar menos y la creación de una cultura de dependencia, son balas que estamos cargando nosotros mismos.
En un entorno donde la unión debería ser la fuerza, parece que procuramos hacer exactamente lo contrario. Falta consenso, falta estrategia común, falta un camino claro que se asemeja más a un laberinto que a una autopista hacia la prosperidad.
Europa, esa dama anciana que fue el epicentro del mundo en su día, hoy parece una residencia de ancianos. ¿Podemos revertir esta situación? ¿Podemos renacer como el ave fénix? Sólo el tiempo lo dirá. Pero nosotros, como ciudadanos, tenemos la capacidad de exigir un cambio y dejar de ser meros espectadores de nuestra propia decadencia.
Nuestra historia, nuestra cultura, nuestra diversidad son pruebas de la grandeza a la que podemos aspirar. Sin embargo, necesitamos menos retórica bonita y más acción. Menos titulares alarmantes y más soluciones. Europa puede estar en la cuerda floja, es cierto, pero aún tenemos la oportunidad de cambiar el rumbo. Al fin y al cabo, esto es una tragicomedia y, según los clásicos, siempre hay lugar para un final feliz. Por último, es necesario recordar el papel crucial que juega la prensa en estas situaciones.
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Tasa de actividad y declive económico en Europa
Europa, vieja conocida, parece estar embarcada en una frenética carrera por liderar la Decadencia de Europa. Si echamos un vistazo a ambos lados del Atlántico, encontramos a Estados Unidos y Japón, cuya tasa de actividad en la población en edad de trabajar menos en Europa eclipsa sin duda a la europea. Concretamente, Europa registra un 73,2%, frente al intimidante 79,4% estadounidense y al destacado 81,9% de Japón. Las medallas aún están por entregar, aunque da la sensación de que Europa sigue extraviada buscando las duchas.
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Además, mi estimado inversor, si nos fijamos en la proporción del gasto público destinado a prestaciones sociales, Europa parece cubrirse con el manto del rey de los subsidios. ¿Es quizás una panacea vivir en un continente donde este gasto público en Europa supone el 31,5% del PIB? A cualquier economista de renombre, le oirás responder con un rotundo y colorido NO. Y es que este «lujo» europeo está fomentando la adicción al subsidio en Europa, resultando en desincentivación laboral que insensibiliza, aunque sin anestesiar completamente, a la economía europea.
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Pero, ¿quiénes somos nosotros para pegarnos golpes de pecho mientras Estados Unidos y Japón disfrutan de sus propias montañas rusas económicas? Vayamos a los números. Al otro lado del Atlántico, parece que guardan un as en la manga con un gasto del 23,8%, en tanto que el país del sol naciente proyecta una imagen de moderación con un prudente 20,8%.
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La conclusión es clara y la competencia injusta. En Europa, adoramos el subsidio, pero debemos mirar y aprender de nuestros vecinos globales si no queremos recibir solo las migajas del pastel económico.
Así que, ¿qué tal si dejamos atrás esa costumbre nociva de subsidiar y nos embarcamos en fomentar más la actividad laboral, siguiendo el ejemplo de nuestros colegas estadounidenses y japoneses? Al final, el auténtico lujo será lograr el crecimiento y la prosperidad sin el auxilio del subsidio. Habrá que deshacerse de la muleta y aprender a caminar por nuestra propia cuenta.
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Cultura laboral y adicción a los subsidios
La idiosincrasia laboral europea es francamente intrigante; un fenómeno que levanta las cejas de más de un observador. Con suma preocupación vemos esta firme inclinación por trabajar cada vez menos, un objetivo tan arraigado en nuestras sociedades que corremos el peligro de olvidar que trabajar es, en esencia, producir, innovar, competir. ¿Acaso nos encerramos en la idea de que el trabajo es una condena de la que debemos escapar? No nos vayamos con el cuento: Europa parece empeñada en forjar maestros en el arte de la holganza en lugar de promover la laboriosidad.
- Estrategia política UE: Este paradigma ‘zen’, por llamarlo de alguna forma, tiene un análogo complemento en la figura del beneficiario de subsidios, una figura que se expande a un ritmo alarmante. Y cómo no, si en el ambiente de esquiva laboral, los subsidios se presentan como ese caramelo tentador al que muchos se aferran sin considerar las implicaciones macroeconómicas. Se ha alumbrado, de este modo, una preocupante dependencia. Pareciera como si nos vemos atrapados en una relación tóxica con los subsidios, un amor peligroso pero embriagador.
- Tasa de actividad laboral en Europa y gasto público en Europa: Hablando de números, las prestaciones sociales en Europa equivalen al 31,5% del PIB, frente al 23.8% en EE. UU. Un dato asombroso, aunque no en el buen sentido. Piensen en este escenario: un continente cuyo mantra es trabajar menos, recibir más, esperando que por arte de magia la productividad no caiga en picado. Un plan perfecto, ¿verdad? Pero, lamentablemente, la economía no se rige por buenos anhelos y criaturas mitológicas.
- Baja productividad en Europa y tasa de crecimiento económico UE: La dura realidad es que Europa, sumergida en un sopor de ayuda social y una filosofía laboral pacifista, está perdiendo la carrera del avance económico. Y este tren no suele pasar dos veces. Mientras los europeos vemos con ilusión la llegada del retiro y acogemos con ansia los subsidios, aquellos países con una cultura laboral más dedicada se adelantan a pasos firmes.
- Desafíos estructurales en Europa y falta de consenso en la UE: Esta extraña proporción entre una obsesión por trabajar menos y una dependencia del subsidio, que podríamos pensar que resulta en una formula placentera, alimenta una bomba de relojería que está aportando a la declive de Europa. Se requiere que Europa despierte y modifique su ecuación antes de que sea tarde. ¿Cómo? El asunto es complejo y la solución se rige por una multitud de factores. Pero está claro que entre esos factores se debe contar una disminución de la dependencia a los subsidios y una revisión a esa concepción de que trabajar menos es preferible. Europa necesita reencontrarse con el amor por la productividad, y desterrar la idea de que los subsidios son un ‘match’ perfecto en este jocoso juego de citas.
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La falta de estrategia política común en la UE
El panorama en Europa resulta singular y fascinante. Un mosaico de naciones cuya historia y diversidad cultural son tan ricas como sus discrepancias y contrariedades. Y no, no hablamos de la eterna polémica de Eurovisión, sino de asuntos de mayor calado; economía, inmigración, defensa. En estos temas solemos oír más notas disonantes que acordes armoniosos.
La Unión Europea, esa orquesta caótica donde cada país se aferra a ser solista, se ahoga en un océano de discordia. Si bien ha conseguido ciertos logros incontestables, cuándo toca asumir decisiones medulares, se desvela su talón de Aquiles: la ausencia de una estrategia política solidificada.
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En cierto modo, la UE puede recordar a ese alumno que, a pesar de poseer ideas brillantes, fracasa al intentar ensamblarlas en un trabajo coherente. Por separado, los países pueden ir bien, pero al unirse para presentar propuestas colectivas, la falta de un plan de juego común se hace evidente afeando los resultados esperados.
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Esta carencia de concordia permite a cada nación cortejar su visión idiosincrásica del universo, al tiempo que la sinfonía general se deshilacha. Una sinfonía de economías que no logran cantar al unísono. Fíjense que el mero planteamiento de un «pacto fiscal europeo» provoca más desbandadas que la que presenciamos en los descuentos del Black Friday.
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Centremos nuestra mirada en el espinoso tema de la inmigración. Imagínate asistiendo a una junta de vecinos. Hay temas más urgentes que tratar pero la distribución de las llaves del portal se convierte en un enigma indescifrable. ¿Quién tiene derecho a ellas? ¿Bajo qué condiciones? ¿Con qué compromisos? En la UE la situación se asemeja, aunque en una escala mucho mayor.
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Y hablemos de defensa… Permíteme detenerme para contener una sonrisa irónica. Coordinar una estrategia común de defensa en la UE es tan realista como intentar coreografiar un ballet con una banda de rock. ¿La consecuencia? Cada uno sigue su propio camino y espera lo mejor.
Así pues, nos enfrentamos a un ideal de unidad varado en un pantano de individualismo. Cada país interpreta su propia partitura y la melodía Europea desafina progresivamente. Europa, querida, las partituras suenan mejor cuando se tocan coordinadamente o la sinfonía resultará discordante. Es el momento de replantear nuestra estrategia, sintonizar las voces y tocar una melodía común. En beneficio de todos.
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Propuestas para revertir la situación
En el panorama actual, es lícito preguntarse si los europeos han adquirido un insaciable gusto por las subvenciones que los perpetúa en un letargo laboral perpetuo, o si no es más que una enfermedad infligida por las circunstancias. El abuso de las subvenciones es patente, y parece que a Europa le atrae avanzar al compás de la danza del desempleo. Sin embargo, el remolino de subsidios no es la única bestia que amenaza la estabilidad del viejo continente.
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Las pensiones, esas fieles compañeras que en teoría aseguran un retiro tranquilo, ahora parecen artefactos explosivos a punto de detonar. La reforma del sistema de pensiones es ineludible y necesaria si queremos evitar despertar un día en una Europa donde los jubilados entonan la melodía del «no hay para el café». No es un cometido sencillo, pero el principio es simple: un sistema sostenible y equitativo que no se transforme en el obstáculo insuperable para las futuras generaciones.
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Seguidamente, planteamos la educación y la innovación, dos facetas de la misma moneda que constituyen el futuro de cualquier economía. Se enfatiza la relevancia de la educación, pero lamentablemente, en Europa se ha relegado al olvido, oculta entre promesas electorales y brechas sociales aparentemente irreparables. Es un hecho innegable que, para contar con una población capacitada y autónoma, la educación de excelencia es la base. A estas alturas, Europa debe progresar y cesar de ser el estudiante en el aula que plagia las respuestas del examen de innovación de su compañero estadounidense. El apoyo a sectores emergentes es fundamental y un imperativo urgente.
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Por último, y no por ello menos relevante, si los países de la UE pretenden evitar convertirse en el eslabón débil en la cadena global, deben adoptar una política común efectiva. Para superar la crisis, no se precisa de un Buda que ilumine el camino ni de un Quijote que combata gigantes ficticios, pero sí un plan de acción que guíe a la UE en el siglo XXI.
Podría parecer una misión hercúlea y, de alguna forma, lo es. Los cambios necesarios son variados y profundos, pero ¿qué sería de una civilización sin el anhelo y el coraje para mejorar y avanzar?
Europa se halla en una lucha contra reloj, peleando por su espacio en la escena mundial. El declive puede frenarse, y estos son los primeros pasos a dar. Pero para que el viejo continente tome las riendas y empiece a galopar, los ciudadanos deben demandar a sus gobiernos la puesta en marcha de estas radicales transformaciones.
El porvenir de Europa depende de ello, y es nuestra responsabilidad cambiar el actual declive por la gloria del renacer. Recordemos que el tiempo no se compone solo de minutos y segundos, sino de decisiones y acciones. Que no se diga que Europa contempló su reloj de arena mientras el mundo avanzaba.
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Conclusión
Decadencia de Europa, es evidente que nuestro querido viejo continente, Europa, está experimentando una crisis a medio camino en su ciclo de vida. No cabe duda de que añoramos aquellos períodos de plenitud, cuando dominaba en términos de desarrollo y competencia económica. En la actualidad, sin embargo, las huellas de la edad en su economía son evidentes, y presentan una verdad difícil de aceptar: tasa de crecimiento económico UE es cada vez más lento.
Compañeros de viaje, les presento el escenario: a Europa parece haberle tomado gusto a sus siestas y anhela trabajar menos en Europa. Exhibe una atracción casi irracional por los subsidios, similar a la pasión de un infante por los dulces. Pero lo peor es que parece estar perdiendo el norte en su dirección política. Este potente coctel la está dejando rezagada en la carrera global. adicción al subsidio en Europa
Las cifras evidencian una realidad clarísima. Nuestro índice de actividad labores se ubica en el 73,2%, un porcentaje considerablemente menor en comparación con el 79,4% estadounidense y el 81,9% japonés, tasa de actividad laboral en Europa. El desembolso de nuestros fondos públicos en bienestar social sería digno de envidia, si tan solo no nos estuviera arrastrando hacia el precipicio financiero, gasto público en Europa.
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La obsesión por limitar las horas de trabajo y vivir del subsidio está llevando a la añosa Europa por un camino delicado.
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Estamos perdiendo productividad y, por añadidura, cultura de dependencia en Europa, crece la sensación de dependencia y desgano por el trabajo.
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Para rematar, cada vez más nos fragmentamos políticamente, falta de consenso en la UE.
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Parecemos un grupo musical en el que cada integrante intenta seguir su propia melodía.
Entonces, ¿qué hacer? ¿Es posible invertir el curso de este declive? La respuesta, afortunadamente, es sí, pero requiere un cambio radical de actitud. Necesitamos incrementar las horas de trabajo y reducir nuestra dependencia de los subsidios. Necesitamos reajustar nuestro sistema de jubilaciones para que sea sostenible a largo plazo. Necesitamos ser más eficientes con el desembolso público. Necesitamos apostar por la educación y la innovación para mejorar nuestra competitividad. Y especialmente, necesitamos estrategias políticas UE unificadas para enfrentar de manera conjunta los retos, medidas urgentes para Europa.
Amigos lectores, habitamos en una Europa en decadencia, pero aún tenemos la oportunidad de modificar el curso. De no hacerlo, corremos el riesgo de quedar relegados en la arena mundial. Ha llegado el momento de actuar, y nosotros, los ciudadanos, debemos liderar esta demanda frente a nuestros gobiernos. Despertemos, ¡El futuro de Europa está en nuestras manos!
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